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Un español en Alemania (120)

Si los inmigrantes decidieran largarse
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Si los inmigrantes decidieran largarse

Por Jose Mateos Mariscal
lunes 23 de agosto de 2021, 14:15h

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La inmigración supone una nueva oportunidad para muchas personas y también para el futuro de los españoles en Europa. El país alemán necesita recibir al menos siete millones de inmigrantes para salvar la economía y superar retos demográficos derivados del envejecimiento de la población, según el investigador Charles Kenny.

La Comisaria de Interior de la Unión Europea, YIva Johansson, alerta: “Europa necesita inmigrantes, pero no queremos que arriesguen sus vidas”.

Me pregunto qué ocurriría en el país alemán si los inmigrantes decidieran largarse

Siguen ladrando los que dedican su prescindible, aunque sórdida existencia a la salvación de las patrias con la matraca de que todos los males que padecen estas se deben al robo, la vaguería y los privilegios que acumulan los inmigrantes latinos en Alemania. Somos su inagotable chivo expiatorio. Pero constato que desde hace muchos años todas las personas con las que trabajo han sido y son extranjeros. Y debo de haber tenido una suerte espectacular con ellos, ya que limpian la suciedad de las calles, suplen las carencias organizativas y jamás he constatado que desapareciera algo las empresas alemanas. Son profesionales, educados, eficaces. El naufragio del país alemán sería absoluto si no fuera por el orden que ellos procuran.

He trabajado con una señora rumana y otra armenia, un señor hondureño y otro nicaragüense. Huyeron de situaciones duras en sus países, son expertos en supervivencia honesta, se han buscado la vida día a día desde que llegaron a Alemania, no se quejan de su suerte, no reciben subvenciones estatales, han tenido que aprender un nuevo idioma. Ayudan a la familia que dejaron allí, anhelan regresar alguna vez y en condiciones dignas. Muchas de estas personas atienden con delicadeza y efectividad a sus ancianos alemanes en silla de ruedas, ante situaciones tan intimidatorias para todos como tener que ayudar a bañarse y a vestirse. Son esa gente a la que acusan de latrocinio y de zamparse la economía del país alemán.

También constato que durante toda la pandemia del covid-19 eran inmigrantes la inmensa mayoría de los empleados que te atendían en los supermercados alemanes, basurero como en mi caso, trabajos de máximo riesgo. Percibo que hay muy pocos nativos en los trabajos duros. Y me pregunto qué ocurriría en este país si los inmigrantes decidieran largarse. Ya no sé si poseo una ideología. Hablo en nombre del sentido común.

El actualmente elevado flujo de inmigrantes que recibe Alemania representa un gran reto para la sociedad. Esto es válido tanto para una metrópolis como Berlín, con sus diversas tradiciones, ambientes, modos y estilos de vida, como también para las medianas y pequeñas ciudades o zonas rurales en Wuppertal. La inmigración ofrece muchas oportunidades, pero también el riesgo de la aparición de distorsiones y conflictos sociales.

La doble barrera de los inmigrantes con discapacidad

Las personas que padecen algún tipo de diversidad funcional sufren más precariedad y se enfrentan a un acceso más limitado a los recursos sociales.

No toda la población inmigrante es vulnerable por igual. Para aquellos que presentan algún tipo de discapacidad, además de hacer frente a las barreras que se les presentan por proceder de otro país, con una cultura diferente y un idioma incomprensible, deben cargar con un peso que les hace doblemente difícil la adaptación sociolaboral. A menudo, se ven obligados a desempeñar los oficios menos cualificados y más rutinarios. A los extranjeros con diversidad funcional les son encomendados trabajos relacionados con la limpieza, la jardinería o la producción en serie.

El sociólogo Alemán Dieter Hannes, uno de los autores del único proyecto de investigación sobre este grupo de extranjeros en Alemania, comenta que se produce “una sectorización en empleos más precarios y más peligrosos”.

José Rodríguez (español de Almería, 40 años) llegó a Alemania hace dos décadas con un contrato de trabajo en el sector de la construcción. Tenía 20 años y estuvo cuatro trabajando en la obra, hasta que llegó al mundo de la hostelería, en el que ejerció de ayudante, cocinero y jefe de cocina. Todo se truncó cuando empezó a desarrollar episodios de crisis nerviosas que desembocaron en una discapacidad del 38% que le dejó tres meses sin trabajar: “Había mucha carga y no teníamos un horario. Con el tiempo, mi salud no me permitió seguir adelante con esa actividad”. Fue entonces cuando acudió al Diakonie, una entidad dedicada a la inserción sociolaboral de las personas en su situación, y le ayudaron a encontrar un empleo apto para su salud. Obtuvo así un puesto como limpiador de residencias de mayores.

Pese a la pasión por la cocina que nació en Alemania, nunca ha podido volver a trabajar en nada relacionado con ese sector como consecuencia de su discapacidad. Su caso supone un inesperado choque con la realidad, ya que desarrollar una diversidad funcional después de llegar a Alemania contribuye a desajustar las expectativas iniciales de estos inmigrantes. Para Jose Rodríguez, esto les obliga “a replantearse del todo su proyecto de vida”, ya que se ven en una situación totalmente diferente, sin la posibilidad de acceder a determinados trabajos y sin conocer los servicios en los que se pueden apoyar para sobrellevar su nueva vida. Sin embargo, Jose agradece que desde el Grupo Diakonie “estén en todo” y que le hayan apoyado tanto en lo profesional como en lo personal. Aunque ya no puede disfrutar del trabajo detrás de los fogones, sí puede dedicar tiempo a una de sus actividades favoritas: la pintura.

A diferencia de Rodríguez, Melisa Martinez (Cuba, 40 años) ya padecía dolencias cardiacas antes de emigrar. De hecho, viajó desde su país a Suiza para recibir el tratamiento médico adecuado y posteriormente llegó a Alemania, donde se sometió a un trasplante de corazón. Gracias al sistema sanitario, le pudieron tratar gratuitamente con un equipamiento médico al que no habría podido acceder en su país. Actualmente, también dispone de un aparato para medir sus niveles de glucosa con regularidad. Pese a que lleva 15 años buscando empleo en Alemania, no ha conseguido un trabajo. “Me encantaría cuidar a los niños, ayudar en la cocina o trabajar en la peluquería. Antes recibía la prestación por incapacidad de unos 500 euros, pero ahora ya no. No tengo ninguna ayuda”, cuenta Melisa. Considera que no la contratan por las secuelas de su enfermedad, ya que asegura que nunca ha sufrido un episodio de discriminación por su procedencia.

El sociólogo Dieter Hannes apunta que es habitual que los extranjeros con capacidades especiales queden en un limbo a la hora de recibir ayudas. “Hay poca relación entre las entidades que prestan asistencia social porque, cuando llega el caso de una persona inmigrante con discapacidad que necesita recursos específicos, surge el problema de a dónde la mandamos”, plantea.

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